miércoles, 10 de marzo de 2010

La modista




Aunque bien pudiera representar uno de los pasajes de "La modistilla" de Eugenio Heltai, "La costurera"· de Frances de Pontes Peebles o los más actuales "La modista de la reina" de Catherine Gueneec y "El tiempo entre costuras", de María Dueñas,  lo cierto es que, a la hora de realizar esta escena, yo me he inspirado en la costurera de mi madre y mis tías: Chelito o "madame Chelín", como acabaron llamándola con ironía.
Chelito tenía 16 años, pocos estudios y un gran afán de superación cuando entró a trabajar en el taller de la fábrica de sombreros de mi abuelo, Julián del Toro, en la calle ancha de San Bernardo, como se le denominaba entonces a esta vía madrileña. Se dedicaba a coser cintas, rematar los sombreros de las señoras y, para conseguir un dinerillo extra, también arreglaba la ropa de mi familia, una tarea nada desdeñable teniendo en cuenta que en la casa había 8 niños y en aquella época las prendas se aprovechaban al máximo.
Pero la joven costurera no veía claro su futuro en aquella ocupación y, deslumbrada por el glamour de las señoras que venían a probarse los últimos modelos al gabinete de mi abuelo y también por las historias que le contaban los proveedores y representantes de la casa, decidió marcharse a París durante unos años para estudiar... Aunque era vox populis que se escapó con uno de los representantes de mi abuelo, con quien mantenía una aventura.
A su regreso, muy crecida ella (en todos los sentidos), se instaló en un pisito del centro de Madrid y montó un taller de costura; modesto, pero muy coqueto aunque con unas tarifas más propias del otro lado de la frontera.
Por lo que cuentan mi madre y mis tías, Chelito refinó bastante su gusto durante su estancia en "la Ciudad de la Luz" y, a pesar de que no había podido desprenderse de ciertos modales "chulescos", utilizaba un sinfín de galicismos en su conversación e incluso fingía acento francés cuando venían sus clientas. Por los aires de grandeza que se daba, en la familia se referían a ella, con mucha sorna, " como madame Chelín". Pero, lejos de sentirse molesta por el apodo, decidió adoptarlo y con ese nombre colgó un letrero en el balcón de su taller anunciando sus buenas artes con la aguja.
Y lo cierto es que se convirtió en una buena modista. Tanto, que a pesar de los comentarios despectivos que en ocasiones hacían de ella, el sector femenino de mi familia siempre acudía a ella para que les confeccionara los trajes de las grandes ocasiones.
La escena completa, muchas más fotos, los detalles y el proceso de creación de la escena, en el número de mayo de la revista Miniaturas. No obstante, tengo que decir aquí que el cesto de la ropa que se ve a la izquierda de la ventana en la foto inferior es un regalo de Eva (Tatalamaru).